Lilian Pinto Durán
Fui capaz de viajar hasta un lugar a no sé cuántos kilómetros de casa. Reconocida por ser ciudadana de a pie y portadora de una mochila en mi espalda que dice “Un auto menos” llegaba a mi destino un tanto cansada, sudorienta y expectante.
Semanas atrás una de las personas más cercana y querida por mí, avalada por su propia experiencia, me convencía para que asistiera a un encuentro llamado “Constelaciones Familiares”. Recuerdo que selló la conversación con una frase gatillante: “Todos los nudos, mochilas que crearon nuestros ancestros los portaran las futuras generaciones”
Y allí estaba, tratando de acomodar mi silla un tanto lejana pero sin perder el equilibrio de lo bien que lucía la sala de encuentro. Una a una llegaban las personas, y yo ya sentía como veinte pares de ojos nos mirábamos entre sí. Casi nadie se conocía, todos extraños. Hombres y mujeres distintas edades, culturas, profesiones, cultos, etc. Solo Marcia, Psicóloga de profesión y su coordinadora nos daban la bienvenida gentilmente. Se trataba de pasar todo el día junto con un break de 20 minutos a media tarde.
No puedo detallar los hechos, pero don fe que las siete constelaciones donde he participado han sido algo maravilloso y digno de vivir. Llegué con muchas dudas. Colgaban de mi espalda inmensas mochilas depresivas, culpas, muchos ¿por qué yo? y una inmensa soledad. Casi al borde de perder la fe, poco a poco descubría que necesitaba ayuda como todos los compañeros que asisten a estos eventos. Cansados y unidos por cosas no resueltas, terapias larguísimas y una que otra pastilla nos abrazamos al término de cada sesión para agradecer y sobretodo reconocer que esta experiencia fue mucho más allá. Nos conectamos con algo más grande que nosotros. Creíamos que estábamos solos pero no era así.
Entendemos, llamamos a nuestros antepasados, elegimos con mucha espiritualidad y respeto a quienes queremos que nos representen para que hablen por si solos, de sus penas, conflictos. Se nos presenta una madeja enmarañada con roles desordenados, responsabilidades no asumidas, antepasados dispuestos o un “cara a cara”. Madeja que nos pide a gritos “tomar la hebra” pero con mucho amor para lograr así destrabar trancas que hasta hoy nos persiguen en todo tipo de situaciones.
Se toca la “magia” “energía” “sabiduría” “divinidad” en el momento justo. Interpretaciones maravillosas como por ejemplo cuando elegí por intuición a un padre que en la actualidad no sabía cómo ayudar a su hija con cáncer. Él abrazó a otra niña, ante ese escenario noté que le acariciaba el cabello como mi padre en vida lo hacía conmigo. Se trataba de recibir el cariño pendiente, la fuerza de mi padre diciéndome: sigue luchando, no te rindas, guerrera mía. Papá murió sin haber visto mis logros, mi primer libro y menos mi enfermedad. Pero allí estaba, también para decirme
que hay que aceptar el destino, los tiempos y designios de Dios. Entonces recién acepte su partida después de nueve años. Pude dejarlo ir no sin antes recibir todo el abrazo bañado de energía.
En otra oportunidad pude terminar mi libro en una de las constelaciones. Soy escritora. Autora del libro “Los niños también tienen memoria. 11 de Septiembre 1973” No podía cerrarlo y pude descubrí el por qué…jejeje.
Hoy me siento plena, bella. Tuve cáncer. Les devolví a mis ancestros el orgullo y muchas cosas más que no me pertenecían, me llené de esa sensación maravillosa liberadora que solo el “PERDÓN” permite. No es fácil, pero se puede.
Aprendí a vivir de manera diferente. Amo cada minuto que la vida me regala.
Escribo mi segundo libro. Sé que hay “nuditos” pendientes pero estamos preparados…mis ancestros y yo, dando la pelea hasta que Dios lo permita.
Hoy no tengo miedo. ¡Bienvenidas las nuevas generaciones!
Gracias por este inmenso regalo.